jueves, 7 de agosto de 2008

Subiendo la escalera


Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija.

Julio Cortázar – Historias de Cronopios y Famas. (1962)

Tras encontrar accidentalmente tan completo manual de instrucciones, no puedo combatir la tentación de poner a prueba el aventurado experimento, y me pongo en marcha para buscar una sucesión de planos paralelos y perpendiculares (escalera) que ponga a prueba tanto la secuencia de comandos descrita anteriormente, como mi propia coordinación.
No tardo en encontrar una fenómeno topográfico muy similar al mencionado y con una combinación de nerviosismo y excitación ante el desafío me preparo para comenzar lo que dada la dirección ascendente del elemento, no puede ser otra cosa que una subida.
Respiro hondo y trato de poner bajo control esa sensación eléctrica que desde el estómago intenta paralizarme. Levanto la cabeza y trato de adivinar la distancia a la que me enfrento. Alineo mis pies. Primero uno y luego el otro antes de encarar el primer peldaño. Bajo ahora la cabeza y miro la punta de mi pie y de mi pie - no me atrevo a tratarlos en plural, no sea que esto me haga todavía más complicado el proceso de toma de decisión de cuál lleva la iniciativa, y cuál se tiene que limitar a seguir al primero.
Controlo la tentación de volver a mirar hacia arriba, y me concentro en levantar un pie. Me decido por el izquierdo. Bueno, en realidad creo que no decido nada, ya que en lo que me parece un alarde de voluntad propia, ya está en el aire, a unos veinte centímetros del suelo, antes de que me de tiempo de darle alguna orden. Bueno, no seré yo quien coarte la iniciativa del pie izquierdo, y me limito a confiar en que el pie derecho no saque a relucir su característico espíritu competitivo, en cuyo caso me iré al suelo, y tendré que abortar todo el proceso antes de haberlo comenzado.
El pie izquierdo apoyado en el primer escalón, espera paciente la llegada del derecho. Este no tarda en hacerlo y recupero la posición de partida, sólo que ahora unos centímetros más arriba y más adelante. Reviso las notas de Cortázar y confirmo que lo que acontece va en línea con la idea general. Me congratulo por mi rigor empírico y vuelvo a mirar mis pies.
Ahora, antes de que el pie izquierdo intente gobernarse solo, ordeno al derecho que sea él el que avance hasta el siguiente peldaño, lo que hace tras una leve duda. El izquierdo, veterano en estas lides, le sigue ágil hasta el nuevo hito que supone el peldaño número dos.
Encadeno varios movimientos continuos con el mismo espíritu equitativo para cada pie. Primero el pie izquierdo alcanza en escalón siguiente, y espera al pie derecho, que llega, reposa y avanza hasta un nuevo peldaño.
Voy acomodando la mirada. No hacia lo alto – en donde ya intuyo lo que podría ser un final de recorrido – ni tampoco hacia el suelo por el riesgo de que más que en una ayuda, se convierta en un lastre para la coordinación que los pies parecen ir controlando entre ellos mismos – una vez que yo les he marcado ritmo, orden y cadencia. La mirada al frente, levemente alzada parece ser la mejor opción y ahí la dejo.
Pronto me doy cuenta de que el que un pie espere al otro en cada escalón da lugar a un ritmo muy poco elegante. Pero claro, ahora que he conseguido que cada pie tenga un protagonismo similar, me da un poco de mal rollo cambiarles el tercio por una cuestión tan banal como la de pretender dotar de cierta elegancia al experimento. Pero como me siento azaroso y confiado con los resultados hasta el momento, me aventuro a dar una vuelta de tuerca al proceso.
Dejo que los dos pies se encuentren alineados en el mismo escalón – el quinto! – y aprieto la tecla de pausa, a lo que mis pies responden de forma inmediata y se quedan clavados. El desafío es conseguir un ritmo más fluido, pero al mismo tiempo tengo que evitar que cualquiera de los pies intente imponer su iniciativa sobre el otro, con el consiguiente riesgo de caída, que a estas alturas ya podría ser cuanto menos dolorosa.
El pie izquierdo vuelve a tomar la iniciativa, pero ahora el pie derecho, en vez de limitarse a seguirlo, se encamina presuroso hasta el peldaño siguiente. Fruto de la emoción, parece que voy a perder el equilibrio y mis brazos salen disparados desde mis costados hacia la pared, y se aferran a los tubos que parecen seguir en paralelo al plano inclinado sobre el que se apoyan los escalones.
Con el equilibrio recuperado encadeno varios movimientos ascendentes en donde cada pie va conquistando su propio escalón cada vez. No sólo se observa un ritmo más elegante, sino notablemente más rápido, y sorpredentemente más estable.
Antes de darme cuenta he llegado al final. Mi vista, que había conseguido mantener ligerísimamente elevada, ya me había anticipado segundos antes el éxito de la prueba.

Ahora no tengo duda. El destino me ha puesto delante estas instrucciones del señor Cortázar, que por fin me permiten llegar desde el salón de mi casa hasta mi estudio y así poderme sentar a escribir. La única duda que ahora me queda es… Cómo diablo había llegado hasta aquí???

(Dedicado a Mane… Gracias a su exigencia de que escribiera algo, aunque fuera simplemente sobre subir una escalera)

2 comentarios:

Pablo Mariani dijo...

El problema va a ser cuando tengas que bajar, ya que por lo visto nadie ha escrito un ensayo sobre eso aun.

Aunque pensándolo bien te brinda una incomparable oportunidad de completar el trabajo inconcluso (quiza adrede, ya que genio al fin..) de Cortazar. Que responsabilidad y que privilegio que solo unos pocos podrían se atreverían a primero identificar y luego asumir y menos aun desperdiciar.

Te la dejo picando...

Cheers,

Pablo.

Alfonso Castellano dijo...

JA! :-)

Bueno, ya me he atrevido con la subida de la escalera... Cortázar sólo nos dejaba las instrucciones!

Ahora además tener que bajarla ya sería mucho atrevimiento!

Abrazos hermano!
Alf